EDGAR ALLAN POE
...
¿Pero por qué dicen que
estoy loco?
Yo he escuchado todas las cosas
del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Cómo, entonces, puedo estar
loco? Observen con qué serenidad, con qué calma, voy a contarles esta historia…
Creo que era su ojo. Si...
¡Eso era! Uno de sus ojos se parecía a los del buitre. Era de un
color azul pálido, nublado por una catarata. Siempre que ese ojo se detenía
sobre mí, se me congelaba la sangre. Y así, poco a poco, gradualmente, se fue
apoderando de mi espíritu la obsesión de matar al anciano, y librarme para
siempre de aquella mirada.
Me creen loco, pero no
pensarían así si me hubieran visto, si hubiesen podido observar con qué
sabiduría, con qué precaución y cautela procedí... ¡con qué disimulo puse manos
a la obra!
Después de ocho noches…
Su alcoba se hallaba
profundamente oscura. Las ventanas estaban herméticamente cerradas por miedo a
los ladrones, y las espesas tinieblas envolvían toda la estancia. Absolutamente
seguro de que el anciano no podía ver nada, me disponía a abrir la linterna,
cuando mi pulgar resbaló sobre la perilla de la puerta, y el viejo se incorporó
en su cama, preguntando:
— ¿Quién anda ahí?
Sabía lo que estaba
experimentando el viejo, y no podía evitar una gran piedad por él, aunque
también otros sentimientos colmaban mi corazón.
Luego de haber esperado un
largo rato, me aventuré a abrir apenas la linterna. La abrí furtivamente, hasta
que al fin un rayo delgado, como el hilo de una telaraña, descendió sobre el
ojo de buitre.
Estaba abierto, íntegramente
abierto, y al verlo me llené de furia. Lo vi con claridad perfecta, entero de
un azul mate, y cubierto por la horrorosa nube que me helaba hasta la médula de
los huesos. No podía ver nada más; ni la cara ni el cuerpo del anciano. Sólo
existía aquel ojo obsesionante.
Una vibración débil,
continua, llegó a mis oídos, semejante al tic-tac de un reloj... Era el corazón del viejo que latía, y este
sonido excitó mi furia, me controlé, respiraba apenas, y sostenía quieta, entre
las manos, la linterna.
El pánico de aquel hombre
debía ser monstruoso...
La hora del viejo había llegado...
El viejo dejó
escapar un grito, un solo grito...
Entonces sonreí, ufano, al
ver tan adelantada mi obra. No obstante, el corazón aún latió…
Finalmente, cesó todo: el
viejo estaba muerto, Sí, estaba muerto. ¡Muerto como una piedra! Afirmé mi mano en su corazón sin advertir
ningún latido ¡En lo sucesivo su ojo de buitre no podría atormentarme!
A los que insistan en
creerme loco, les advierto que su opinión se desvanecerá cuando les describa
las inteligentes medidas que adopté para esconder el cadáver.
Primero corté la cabeza y
después los brazos; luego, las piernas y deposité los restos bajo el piso de madera.
Terminado este trabajo con tanta destreza que ningún ojo humano, ni siquiera el
del viejo, podría descubrir allí algo inusual. Ni siquiera una mancha de
sangre.
Un vecino
había escuchado un grito en la noche, y esto lo hizo sospechar que podía
haberse cometido un homicidio, por lo cual estampó una denuncia en la
Comisaría.
—El grito
—les expliqué— lo lancé yo, soñando... El anciano se encuentra viajando...
-Los
agentes parecían satisfechos. Mi actitud les convencía,
Pasado un
rato se escuchó un zumbido nítido y rítmico, volviéndose cada vez más
perceptible. Comencé a hablar atropelladamente, Pero este sonido persistió, reiterándose de un modo tal, que no
tardo en descubrir que el ruido no nacía en sus oídos.
Aquel sonido que aumentaba,
"aquella vibración semejante al tic-tac de un reloj…
El tic-tac se elevaba ¡Todo era inútil! El latido crecía,
crecía más. ¿Por qué ellos no querían marcharse? Pero el latido lo
dominaba todo, y se agigantaba indefinidamente.
Los hombres continuaban
conversando, bromeando, riendo. ¿Sería posible que no oyeran?
-¡No, no! ¡Ellos oían...
sospechaban! ¡Sabían! ¡Sí, sabían, y se estaban divirtiendo con mi
terror!
¡Ya no podía tolerar por más tiempo sus hipócritas sonrisas, y me
di cuenta de que era preciso gritar o morir, porque entonces...! ¡Préstenme
atención, por favor!
— ¡Miserables! —exclamé—. ¡No
disimulen más! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen estas tablas! ¡Aquí, está aquí!
¡Es el latido de su implacable corazón!
POR: Lesli Rodríguez Moreno
1 comentario:
Yo creo que todos tenemos un poco de locura!!
Gracias por compartirnos un reseña.
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