jueves, 20 de marzo de 2014


EDGAR ALLAN POE

...
¿Pero por qué dicen que estoy loco?

Yo he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Cómo, entonces, puedo estar loco? Observen con qué serenidad, con qué calma, voy a contarles esta historia…

Creo que era su ojo. Si... ¡Eso era! Uno de sus ojos se parecía a los del buitre. Era de un color azul pálido, nublado por una catarata. Siempre que ese ojo se detenía sobre mí, se me congelaba la sangre. Y así, poco a poco, gradualmente, se fue apoderando de mi espíritu la obsesión de matar al anciano, y librarme para siempre de aquella mirada.

Me creen loco, pero no pensarían así si me hubieran visto, si hubiesen podido observar con qué sabiduría, con qué precaución y cautela procedí... ¡con qué disimulo puse manos a la obra!
Después de ocho noches…

Su alcoba se hallaba profundamente oscura. Las ventanas estaban herméticamente cerradas por miedo a los ladrones, y las espesas tinieblas envolvían toda la estancia. Absolutamente seguro de que el anciano no podía ver nada, me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló sobre la perilla de la puerta, y el viejo se incorporó en su cama, preguntando:
— ¿Quién anda ahí?

Sabía lo que estaba experimentando el viejo, y no podía evitar una gran piedad por él, aunque también otros sentimientos colmaban mi corazón.
Luego de haber esperado un largo rato, me aventuré a abrir apenas la linterna. La abrí furtivamente, hasta que al fin un rayo delgado, como el hilo de una telaraña, descendió sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, íntegramente abierto, y al verlo me llené de furia. Lo vi con claridad perfecta, entero de un azul mate, y cubierto por la horrorosa nube que me helaba hasta la médula de los huesos. No podía ver nada más; ni la cara ni el cuerpo del anciano. Sólo existía aquel ojo obsesionante.

Una vibración débil, continua, llegó a mis oídos, semejante al tic-tac de un reloj...  Era el corazón del viejo que latía, y este sonido excitó mi furia, me controlé, respiraba apenas, y sostenía quieta, entre las manos, la linterna.
El pánico de aquel hombre debía ser monstruoso...


La hora del viejo había llegado...

 El viejo dejó escapar un grito, un solo grito...

Entonces sonreí, ufano, al ver tan adelantada mi obra. No obstante, el corazón aún latió…


Finalmente, cesó todo: el viejo estaba muerto, Sí, estaba muerto. ¡Muerto como una piedra!  Afirmé mi mano en su corazón sin advertir ningún latido ¡En lo sucesivo su ojo de buitre no podría atormentarme!

A los que insistan en creerme loco, les advierto que su opinión se desvanecerá cuando les describa las inteligentes medidas que adopté para esconder el cadáver.
Primero corté la cabeza y después los brazos; luego, las piernas y deposité los restos bajo el piso de madera. Terminado este trabajo con tanta destreza que ningún ojo humano, ni siquiera el del viejo, podría descubrir allí algo inusual. Ni siquiera una mancha de sangre.

Un vecino había escuchado un grito en la noche, y esto lo hizo sospechar que podía haberse cometido un homicidio, por lo cual estampó una denuncia en la Comisaría.
—El grito —les expliqué— lo lancé yo, soñando... El anciano se encuentra viajando...
-Los agentes parecían satisfechos. Mi actitud les convencía, 
Pasado un rato se escuchó un zumbido nítido y rítmico, volviéndose cada vez más perceptible. Comencé a hablar atropelladamente, Pero este sonido  persistió, reiterándose de un modo tal, que no tardo en descubrir que el ruido no nacía en sus oídos.

Aquel sonido que aumentaba, "aquella vibración semejante al tic-tac de un reloj

 El tic-tac se elevaba  ¡Todo era inútil! El latido crecía, crecía más. ¿Por qué ellos no querían marcharse?  Pero el latido lo dominaba todo, y se agigantaba indefinidamente.

Los hombres continuaban conversando, bromeando, riendo. ¿Sería posible que no oyeran?
-¡No, no! ¡Ellos oían... sospechaban! ¡Sabían! ¡Sí, sabían, y se estaban divirtiendo con mi terror!

 ¡Ya no podía tolerar por más tiempo sus hipócritas sonrisas, y me di cuenta de que era preciso gritar o morir, porque entonces...! ¡Préstenme atención, por favor!

— ¡Miserables! —exclamé—. ¡No disimulen más! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen estas tablas! ¡Aquí, está aquí! ¡Es el latido de su implacable corazón!
                                                                     POR: Lesli Rodríguez Moreno 


1 comentario:

Unknown dijo...

Yo creo que todos tenemos un poco de locura!!
Gracias por compartirnos un reseña.